martes, 15 de enero de 2013

2. La torre.


Francia escondía egoísta sus estrellas dejando en la oscuridad nocturna del pueblo, únicamente amparada por algunas farolas, a dos jóvenes que se aproximaban poco a poco, precavidos. De lejos, muy a lo lejos, se podía distinguir una majestuosa torre que rozaba el horizonte acariciándole a éste, ya que Bourdon no sería París, pero tenía su magia.

En uno de los rostros, el rímmel difuminado desleía la mirada dulce de una chica joven. Éste no era más que la firma de unas lágrimas que previamente habían empeñado sus preciosos ojos, que brillaban más que nunca. Sería la Luna.
Las que habían rozado su mejilla hace pocos minutos quisieron que la palidez de la clara tez de la joven tomase cierto tono grisáceo, al igual que su esperanza.
Pero ahora, él estaba ahí, frente a ella, y. Qué de preguntas la hubiesen salido, pero con la mirada pareció formularlas todas.

-

Tenía delante de sí lo que más quería en el mundo mirándole con cara de "me debes una excusa".
-Yo-yo, es que- tartamudeó- se me ha pasado un poco la hora.
La joven no parecía satisfecha con esa respuesta, pues frunjió un poco el ceño y puso una mueca de desacuerdo.
Él sonrió para sí mismo. Qué bonita se ponía.
-Estaba pensando alguna excusa, pero...

No sabía qué decir, estaba claro que no había excusa posible.

-... que qué guapa estás cuando te enfadas.
Y sonrió. De esas sonrisas que podían con ella. Y él lo sabía.
El chico la levanto del suelo hábilmente y se quedaron así años, mirándose, sin pestañear. Tanto tiempo estuvieron que ella pareció perdonarle devolviéndole la sonrisa. Esa sonrisa que podía con él. Y ella lo sabía.
Ay, los excesos. Qué mal iban.

-

Cuando él iba a aproximarse para besarla, sin entender por qué, la chica se retiró.
"Tengo que hacerme de rogar"- pensó "no puedo acostumbrarme a esto. No puedo acostumbrarme a él. Yo no soy así."
Dio un paso para atrás y, sin explicación alguna, echó a andar.
No necesitó girar su mirada para ser consciente de que "él" la seguía y de que el muchacho no se encontraba ahora en situación de pedir razones. Así que no paró. En el fondo, no sabía muy bien adónde quería dirigirse, pero sus pies sí. Y no se dio cuenta hasta que alzó la vista.
La torre. Quería subirle a la torre.
Apenas llevaba dos minutos andados cuando sintió unas manos aferradas a su cintura, como si fuese la vida. No le retiró, pero tampoco frenó su paso. Un escalofrío recorrió su espalda cuando pudo sentir el aliento del chico en su cuello.
Quiso parar el tiempo, aun sin parar de andar. Pensó en que ojalá su destino se hallase más lejos de lo que parecía. Podría haber estado andando así toda una vida.

Cuando quisieron darse cuenta, la atalaya ya se erguía valiente ante ellos. Sophie no supo si alegrarse o entristecer.
Ahora fue él quien le tomó la mano, guiándole hacia arriba.

-

Cogió la mano a la chica sintiendo una punzada por dentro al sentir que sus dedos no se aferraban muy fuertemente a él.
Sin embargo, ella se dejaba hacer.
Subiendo el caracol de escaleras iba pensando en si esta vez se habría pasado. En si ya no habría vuelta atrás.
Cuanto más subían, más hundía su propia cabeza en su pecho. Y más daño se hacía. Y no físicamente. Poco a poco, se podía leer un "adiós" en sus ojos, cuyas pupilas dilatadas por la falta de luz, empezaban a perder su brillo.

-

"A lo mejor me estoy pasando con la escenita" se dijo.
Pero.
Al momento, todo el dolor de hacía unos momentos en su portal, la golpeó con fuerza la cara. Paralizándola.
Aunque sus pies seguían empujados por aquella mano.
Y seguía subiendo, absorta en sí.
Y luego le miraba a él y parecía igual.

-

Una vez arriba, el joven la abrió la trampilla hacia una especie de azotea del edificio. Allí estaba, y no por fortuna, aquel banco indescriptiblemente blanco que un día subieron ellos.
Ambos suspiraron tan en silencio que el otro no se percató de ello. Sincronizados bajaron la mano que les unía y se giraron, quedándose cada uno, perdido en la mirada del de en frente.

-

Las cinco de la mañana marcaba el reloj del pequeño pueblo cuando el móvil de la joven interrumpió el sueño de ambos.
Un poco mareada, la muchacha intentaba explicarle a su madre que se encontraba bien y que había dormido en casa de una amiga, aunque no sonase muy convincente.
Poco a poco empezaba a recordar con detalle la noche anterior. Alcohol, tabaco, lágrimas, él, una discusión y un beso en el torreón para hacer las paces. Vaya noche.

-

Él, desvelado por la oportuna llamada se levantó del banco y estirándose y bostezando trataba de forzar la memoria y recordar qué había hecho esa noche.
¿Qué podía haber dormido? ¿Tres horas?
Le dolían los ojos y la cabeza a la vez que su estómago hacía un nudo de sí mismo y apretaba.
Pero el dolor físico se calmó al recordar cómo aquellos ojitos marrones le habían perdonado anoche.
Se giró y la analizó a fondo. Antes no iba en condiciones de hacerlo.
La preciosa joven lucía un abrigo corto azul y unos pantalones de un tono más claro. Sonreía a ratos cuando se juntaban sus miradas.

-

-... sí, mamá, estaré allí para la comida familiar sin falta. Venga... Adiós.

La voz entrecortada de la muchacha parecía decir que su estómago no estaba en condiciones de mucha comida familiar, pero.

Por fin colgó la llamada. Nada más guardar el móvil en uno de los diminutos bolsillos del vaquero, al alzar la vista, vio que lo tenía a escasos centímetros de él.
Y volvieron a hacerlo, lo de hablar con miradas.
Los ojos de la joven mostraban cierto enfado, pero sonrió al ver que los del chico parecían gritar los "lo siento".
Se acercó y le besó el cuello.
Podía sentir en la mano izquierda que yacía apoyada en el pecho del joven, una respiración que aceleraba a cada milímetro que recorrían los labios de la chica.
Hasta llegar a.

-

Para cuando el reloj empezó a dar las doce campanadas del medio día, ambos estaban bajando las escaleras de aquel lugar tan mágico. Quizá más de lo que ellos imaginaban.

1. Excesos.

El tiempo ya no quería pasar en Bourdon.

El reloj de la plaza central del pueblo daba la medianoche mientras una joven, bajita y morena fijaba toda su atención en la pantalla de su móvil. Sophie seguía tirada en el portal de su edificio, alumbrada tenuemente por la luz de algún coche que pasaba en la lejanía o alguna parpadeante farola, esperando a que viniese Marc. Éste, sin embargo, parecía haberse olvidado de ella. Tic, tac. Suspiró un poco y marcó un móvil en su teléfono mientras le daba un trago a la botella que llevaba al lado.
- ¿Otra vez?- susurró en un intento de exteriorizarlo todo.

-

No sabía ni qué hora era.

Un joven alto y delgado forzaba sus claros ojos en vano intento de encontrar su móvil por los bolsillos de sus desgastados vaqueros en la oscuridad del Parque Norte.
- Mierda, ¿lo he perdido otra vez?- se reprobó en alto.
Ya con angustia, se giró y preguntó en un grito si alguien lo había visto, pero nadie lo recordaba. De pronto, sintió algo sonar en su chaqueta. Al principio no estaba muy seguro y el mareo le impedía procesar la información adecuadamente, pero justo antes de que dejase de sonar el alegre tono, dio un brinco."Ah, claro, lo había guardado ahí", pensó. "Joder...". El reloj marcaba ya las doce y cuarto y ni si quiera la había llamado. Sabía que le había prometido estar ahí a en punto. No respondió a la llamada pero empezó a correr hacia el otro lado del pueblo.

Era demasiado tarde para arrepentirse de los vicios, pero los grados de aquella copa aún le ardían en el pecho y emborronaban en exceso las sombras que le rodeaban. "Ay, los excesos...".
A pesar de no tener muy claro si la dirección que seguía era la correcta, no paró. Se movía por instinto. No podía. Tenía que verla. Tenía que...

 -

 "Dios, qué frío. Y verás la excusa. Será la peor en mucho tiempo. Siempre igual. Si al menos mirase el móvil...". La velocidad de sus propios pensamientos acabaron por aturdirla y una lágrima se precipitó por el pálido rostro de Sophie. Al menos, reaccionó. "No, no, no. No exageres Sophie... maldito alcohol". Y media pasadas. No podía creerlo. La cifra que marcaba la iluminada pantalla se acercaba demasiado a menos veinte. "Lo has vuelto a hacer, ¿eh?".
De todas formas, la joven tampoco se sorprendió pero todo lo que le recorría las venas comenzó a transformarse en odio. No odio hacia el joven, no. Odio hacia sus propios sentimientos. 
Incómoda por la poca movilidad que el gélido aire había dejado en sus manos, encendió un cigarro y se fue. "¿Qué mejor para apagar un fuego que encender otro?".


Empezaban ya dolerle las piernas cuando pudo reconocer el columpio donde acarició su pálida tez por primera vez, así que aligeró el paso. Ya estaba tan cerca. Bourdon tampoco era tan grande. 
Esquivó de forma sorprendentemente ágil alguna que otra farola y el perfil de los transeúntes a veces le rozaba la chaqueta. Apenas distinguía sus caras, sombreadas o iluminadas, dependiendo de la luz, aunque posiblemente fueran todos conocidos. Al fin y al cabo, Bourdon tampoco era tan grande.

-

Sería el frío, la niebla, la noche o quién sabe si todo a la vez, pero creyó reconocer su figura a lo lejos. Alguien se dirigía con torpeza hacia su portal, tambaleándose y maldiciendo en voz lo suficientemente alta para que se oyese desde donde Sophie fumaba. Al no encontrar lo que buscaba, el joven se había quedado apoyado en la pared con la cabeza baja, como quien quiere comerse el suelo o que éste se le coma a él. Sophie no pudo reprimir una suave sonrisa. Ya podía tener una buena excusa...

-

Tropezó con un par de piedras y bordillos antes de llegar a la calle de la casa de Sophie. Marc dirigió toda su atención aquél portal que tan bien conocía. Una vez perdida la esperanza de que la joven le siguiese esperando, se le revolvió súbitamente el estómago. El pánico, el alcohol y el frío complementaban perfectamente en su cabeza y sintió una arcada por alguna de las tres.
De repente, volvió a la realidad. "Mierda". No había nadie en el portal así que posiblemente estaría enfadada. Dirigió todo su esfuerzo a tratar de reconocer las posiciones de las manillas del reloj de la Plaza Central, que marcaba casi la una de la mañana. "Demasiado tarde, ¿eh?...". Bajó la cabeza y se quedó así unos minutos hasta que las piernas le empezaron a fallar y decidió sentarse en un peldaño de la entrada al portal. Sería la noche cerrada, la botella que se había metido hace menos de media hora o las ganas de verla, pero creyó vislumbrar una tenue silueta sombreada que se parecía muchísimo a Sophie... hasta que dejó de ser una sombra a la luz de la farola.
Esbozó una sonrisa con las fuerzas que le quedaban, pero ya podía empezar a pensar una buena excusa para llegar una hora tarde.