Francia
escondía egoísta sus estrellas dejando en la oscuridad nocturna del pueblo,
únicamente amparada por algunas farolas, a dos jóvenes que se aproximaban poco
a poco, precavidos. De lejos, muy a lo lejos, se podía distinguir una
majestuosa torre que rozaba el horizonte acariciándole a éste, ya que Bourdon
no sería París, pero tenía su magia.
En uno de los rostros, el
rímmel difuminado desleía la mirada dulce de una chica joven. Éste no era más
que la firma de unas lágrimas que previamente habían empeñado sus preciosos
ojos, que brillaban más que nunca. Sería la Luna.
Las que habían rozado su mejilla hace pocos minutos quisieron que la palidez de la clara tez de la joven tomase cierto tono grisáceo, al igual que su esperanza.
Pero ahora, él estaba ahí, frente a ella, y. Qué de preguntas la hubiesen salido, pero con la mirada pareció formularlas todas.
Tenía delante de sí lo que más quería en el mundo mirándole con cara de "me debes una excusa".
-Yo-yo, es que- tartamudeó- se me ha pasado un poco la hora.
La joven no parecía satisfecha con esa respuesta, pues frunjió un poco el ceño y puso una mueca de desacuerdo.
Él sonrió para sí mismo. Qué bonita se ponía.
-Estaba pensando alguna excusa, pero...
No sabía qué decir, estaba claro que no había excusa posible.
-... que qué guapa estás cuando te enfadas.
Y sonrió. De esas sonrisas que podían con ella. Y él lo sabía.
El chico la levanto del suelo hábilmente y se quedaron así años, mirándose, sin pestañear. Tanto tiempo estuvieron que ella pareció perdonarle devolviéndole la sonrisa. Esa sonrisa que podía con él. Y ella lo sabía.
Ay, los excesos. Qué mal iban.
Cuando él iba a aproximarse para besarla, sin entender por qué, la chica se retiró.
"Tengo que hacerme de rogar"- pensó "no puedo acostumbrarme a esto. No puedo acostumbrarme a él. Yo no soy así."
Dio un paso para atrás y, sin explicación alguna, echó a andar.
No necesitó girar su mirada para ser consciente de que "él" la seguía y de que el muchacho no se encontraba ahora en situación de pedir razones. Así que no paró. En el fondo, no sabía muy bien adónde quería dirigirse, pero sus pies sí. Y no se dio cuenta hasta que alzó la vista.
La torre. Quería subirle a la torre.
Apenas llevaba dos minutos andados cuando sintió unas manos aferradas a su cintura, como si fuese la vida. No le retiró, pero tampoco frenó su paso. Un escalofrío recorrió su espalda cuando pudo sentir el aliento del chico en su cuello.
Quiso parar el tiempo, aun sin parar de andar. Pensó en que ojalá su destino se hallase más lejos de lo que parecía. Podría haber estado andando así toda una vida.
Cuando quisieron darse cuenta, la atalaya ya se erguía valiente ante ellos. Sophie no supo si alegrarse o entristecer.
Ahora fue él quien le tomó la mano, guiándole hacia arriba.
Cogió la mano a la chica sintiendo una punzada por dentro al sentir que sus dedos no se aferraban muy fuertemente a él.
Sin embargo, ella se dejaba hacer.
Subiendo el caracol de escaleras iba pensando en si esta vez se habría pasado. En si ya no habría vuelta atrás.
Cuanto más subían, más hundía su propia cabeza en su pecho. Y más daño se hacía. Y no físicamente. Poco a poco, se podía leer un "adiós" en sus ojos, cuyas pupilas dilatadas por la falta de luz, empezaban a perder su brillo.
"A lo mejor me estoy pasando con la escenita" se dijo.
Pero.
Al momento, todo el dolor de hacía unos momentos en su portal, la golpeó con fuerza la cara. Paralizándola.
Aunque sus pies seguían empujados por aquella mano.
Y seguía subiendo, absorta en sí.
Y luego le miraba a él y parecía igual.
Una vez arriba, el joven la abrió la trampilla hacia una especie de azotea del edificio. Allí estaba, y no por fortuna, aquel banco indescriptiblemente blanco que un día subieron ellos.
Ambos suspiraron tan en silencio que el otro no se percató de ello. Sincronizados bajaron la mano que les unía y se giraron, quedándose cada uno, perdido en la mirada del de en frente.
Las cinco de la mañana marcaba el reloj del pequeño pueblo cuando el móvil de la joven interrumpió el sueño de ambos.
Un poco mareada, la muchacha intentaba explicarle a su madre que se encontraba bien y que había dormido en casa de una amiga, aunque no sonase muy convincente.
Poco a poco empezaba a recordar con detalle la noche anterior. Alcohol, tabaco, lágrimas, él, una discusión y un beso en el torreón para hacer las paces. Vaya noche.
Él, desvelado por la oportuna llamada se levantó del banco y estirándose y bostezando trataba de forzar la memoria y recordar qué había hecho esa noche.
¿Qué podía haber dormido? ¿Tres horas?
Le dolían los ojos y la cabeza a la vez que su estómago hacía un nudo de sí mismo y apretaba.
Pero el dolor físico se calmó al recordar cómo aquellos ojitos marrones le habían perdonado anoche.
Se giró y la analizó a fondo. Antes no iba en condiciones de hacerlo.
La preciosa joven lucía un abrigo corto azul y unos pantalones de un tono más claro. Sonreía a ratos cuando se juntaban sus miradas.
-... sí, mamá, estaré allí para la comida familiar sin falta. Venga... Adiós.
La voz entrecortada de la muchacha parecía decir que su estómago no estaba en condiciones de mucha comida familiar, pero.
Por fin colgó la llamada. Nada más guardar el móvil en uno de los diminutos bolsillos del vaquero, al alzar la vista, vio que lo tenía a escasos centímetros de él.
Y volvieron a hacerlo, lo de hablar con miradas.
Los ojos de la joven mostraban cierto enfado, pero sonrió al ver que los del chico parecían gritar los "lo siento".
Se acercó y le besó el cuello.
Podía sentir en la mano izquierda que yacía apoyada en el pecho del joven, una respiración que aceleraba a cada milímetro que recorrían los labios de la chica.
Hasta llegar a.
Para cuando el reloj empezó a dar las doce campanadas del medio día, ambos estaban bajando las escaleras de aquel lugar tan mágico. Quizá más de lo que ellos imaginaban.
Las que habían rozado su mejilla hace pocos minutos quisieron que la palidez de la clara tez de la joven tomase cierto tono grisáceo, al igual que su esperanza.
Pero ahora, él estaba ahí, frente a ella, y. Qué de preguntas la hubiesen salido, pero con la mirada pareció formularlas todas.
-
Tenía delante de sí lo que más quería en el mundo mirándole con cara de "me debes una excusa".
-Yo-yo, es que- tartamudeó- se me ha pasado un poco la hora.
La joven no parecía satisfecha con esa respuesta, pues frunjió un poco el ceño y puso una mueca de desacuerdo.
Él sonrió para sí mismo. Qué bonita se ponía.
-Estaba pensando alguna excusa, pero...
No sabía qué decir, estaba claro que no había excusa posible.
-... que qué guapa estás cuando te enfadas.
Y sonrió. De esas sonrisas que podían con ella. Y él lo sabía.
El chico la levanto del suelo hábilmente y se quedaron así años, mirándose, sin pestañear. Tanto tiempo estuvieron que ella pareció perdonarle devolviéndole la sonrisa. Esa sonrisa que podía con él. Y ella lo sabía.
Ay, los excesos. Qué mal iban.
-
Cuando él iba a aproximarse para besarla, sin entender por qué, la chica se retiró.
"Tengo que hacerme de rogar"- pensó "no puedo acostumbrarme a esto. No puedo acostumbrarme a él. Yo no soy así."
Dio un paso para atrás y, sin explicación alguna, echó a andar.
No necesitó girar su mirada para ser consciente de que "él" la seguía y de que el muchacho no se encontraba ahora en situación de pedir razones. Así que no paró. En el fondo, no sabía muy bien adónde quería dirigirse, pero sus pies sí. Y no se dio cuenta hasta que alzó la vista.
La torre. Quería subirle a la torre.
Apenas llevaba dos minutos andados cuando sintió unas manos aferradas a su cintura, como si fuese la vida. No le retiró, pero tampoco frenó su paso. Un escalofrío recorrió su espalda cuando pudo sentir el aliento del chico en su cuello.
Quiso parar el tiempo, aun sin parar de andar. Pensó en que ojalá su destino se hallase más lejos de lo que parecía. Podría haber estado andando así toda una vida.
Cuando quisieron darse cuenta, la atalaya ya se erguía valiente ante ellos. Sophie no supo si alegrarse o entristecer.
Ahora fue él quien le tomó la mano, guiándole hacia arriba.
-
Cogió la mano a la chica sintiendo una punzada por dentro al sentir que sus dedos no se aferraban muy fuertemente a él.
Sin embargo, ella se dejaba hacer.
Subiendo el caracol de escaleras iba pensando en si esta vez se habría pasado. En si ya no habría vuelta atrás.
Cuanto más subían, más hundía su propia cabeza en su pecho. Y más daño se hacía. Y no físicamente. Poco a poco, se podía leer un "adiós" en sus ojos, cuyas pupilas dilatadas por la falta de luz, empezaban a perder su brillo.
-
"A lo mejor me estoy pasando con la escenita" se dijo.
Pero.
Al momento, todo el dolor de hacía unos momentos en su portal, la golpeó con fuerza la cara. Paralizándola.
Aunque sus pies seguían empujados por aquella mano.
Y seguía subiendo, absorta en sí.
Y luego le miraba a él y parecía igual.
-
Una vez arriba, el joven la abrió la trampilla hacia una especie de azotea del edificio. Allí estaba, y no por fortuna, aquel banco indescriptiblemente blanco que un día subieron ellos.
Ambos suspiraron tan en silencio que el otro no se percató de ello. Sincronizados bajaron la mano que les unía y se giraron, quedándose cada uno, perdido en la mirada del de en frente.
-
Las cinco de la mañana marcaba el reloj del pequeño pueblo cuando el móvil de la joven interrumpió el sueño de ambos.
Un poco mareada, la muchacha intentaba explicarle a su madre que se encontraba bien y que había dormido en casa de una amiga, aunque no sonase muy convincente.
Poco a poco empezaba a recordar con detalle la noche anterior. Alcohol, tabaco, lágrimas, él, una discusión y un beso en el torreón para hacer las paces. Vaya noche.
-
Él, desvelado por la oportuna llamada se levantó del banco y estirándose y bostezando trataba de forzar la memoria y recordar qué había hecho esa noche.
¿Qué podía haber dormido? ¿Tres horas?
Le dolían los ojos y la cabeza a la vez que su estómago hacía un nudo de sí mismo y apretaba.
Pero el dolor físico se calmó al recordar cómo aquellos ojitos marrones le habían perdonado anoche.
Se giró y la analizó a fondo. Antes no iba en condiciones de hacerlo.
La preciosa joven lucía un abrigo corto azul y unos pantalones de un tono más claro. Sonreía a ratos cuando se juntaban sus miradas.
-
-... sí, mamá, estaré allí para la comida familiar sin falta. Venga... Adiós.
La voz entrecortada de la muchacha parecía decir que su estómago no estaba en condiciones de mucha comida familiar, pero.
Por fin colgó la llamada. Nada más guardar el móvil en uno de los diminutos bolsillos del vaquero, al alzar la vista, vio que lo tenía a escasos centímetros de él.
Y volvieron a hacerlo, lo de hablar con miradas.
Los ojos de la joven mostraban cierto enfado, pero sonrió al ver que los del chico parecían gritar los "lo siento".
Se acercó y le besó el cuello.
Podía sentir en la mano izquierda que yacía apoyada en el pecho del joven, una respiración que aceleraba a cada milímetro que recorrían los labios de la chica.
Hasta llegar a.
-
Para cuando el reloj empezó a dar las doce campanadas del medio día, ambos estaban bajando las escaleras de aquel lugar tan mágico. Quizá más de lo que ellos imaginaban.