viernes, 24 de enero de 2014

10. Náuseas.

(Alguien, mientras, al fondo de la sala, tatareaba en bajo una antigua canción "...we always come back..." mientras, sonriente, observaba la imagen dejando que sus ojos claros se tornasen rojos y que indefinidas lágrimas rozasen sus pecosas mejillas de tez pálida.)


*

Las náuseas y los arañazos no tardaron en llegar. Desde que vomitó en el baño del aeropuerto, la constancia le ardía en la cabeza. Algo le dijo aquel día que no debía ir, y por eso no se hizo ningún caso.

Sandra le recomendaba siempre que llamase para desahogarse. Pero él sabía perfectamente que el nudo de doble lazada se lo sabía hacer él solo. Sandra siempre se creía que sabía qué le convenía. Decía que ya había tenido muchos pacientes cómo él y que era algo temporal, que ya maduraría y se le pasaría.

Marcó un número mientras se colocaba el móvil en la oreja izquierda y lo sujetaba con el hombro. Puso los pies encima de la mesa y comenzó a atarse los cordones. 
A las cinco y cuarenta y siete, subió al autobús.

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La ira encendía su mirada y hería la palma de su mano con la fuerza de las propias uñas en su puño cerrado y dispuesto. Había visto injusticia, pobreza. Había visto miseria en la calle, pero nunca tanta como en los que vestían de traje y podían mirarla por encima del hombro. Alguien, una mayoría silenciosa, una mayoría conformista y resignada, les había dado ese poder y ellos [idiotas para Sandra] ahora se obcecan en que la dictadura encubierta de siempre sea cada vez más visible.
Bourdon jamás se desligó del absoluto poder de tranquilizarla en un mero paseo por sus aceras, pero solo pensar en la incompetencia que albergaba su alcaldía, una mano capaz de hundir el pequeño pueblo con solo mover un dedo, le hervía la sangre. Y más al pensar que dicha mano era ilegítima (como todo, bien pensado).

Una sensación extraña de impotencia solía apoderarse de ella tras leer alguna de las noticias diarias. Se sentía engañada, humillada, convertida en una marioneta inservible de un sistema que ella no había elegido. Un sistema que nadie había elegido pero nadie parecía dispuesto a cambiar.


Pensó en darse cabezazos contra la pared en lo que sonó el tono redentor de su móvil. 
Se alegró al ver de quién procedía la llamada. No era sino un paciente más, pero sin duda era un chaval especial. 
Contestó.