(Alguien, mientras, al fondo de la
sala, tatareaba en bajo una antigua canción "...we always come
back..." mientras, sonriente, observaba la imagen dejando que sus ojos
claros se tornasen rojos y que indefinidas lágrimas rozasen sus pecosas mejillas
de tez pálida.)
*
Las náuseas y los arañazos no tardaron
en llegar. Desde que vomitó en el baño del aeropuerto, la constancia le ardía
en la cabeza. Algo le dijo aquel día que no debía ir, y por eso no se hizo
ningún caso.
Sandra le recomendaba siempre que
llamase para desahogarse. Pero él sabía perfectamente que el nudo de doble
lazada se lo sabía hacer él solo. Sandra siempre se creía que sabía qué le
convenía. Decía que ya había tenido muchos pacientes cómo él y que era algo
temporal, que ya maduraría y se le pasaría.
Marcó un número mientras se colocaba
el móvil en la oreja izquierda y lo sujetaba con el hombro. Puso los pies
encima de la mesa y comenzó a atarse los cordones.
A las cinco y cuarenta y siete, subió
al autobús.
-
La ira encendía su mirada y hería la
palma de su mano con la fuerza de las propias uñas en su puño cerrado y
dispuesto. Había visto injusticia, pobreza. Había visto miseria en la calle,
pero nunca tanta como en los que vestían de traje y podían mirarla por encima
del hombro. Alguien, una mayoría silenciosa, una mayoría conformista y
resignada, les había dado ese poder y ellos [idiotas para Sandra] ahora se
obcecan en que la dictadura encubierta de siempre sea cada vez más visible.
Bourdon jamás se desligó del absoluto
poder de tranquilizarla en un mero paseo por sus aceras, pero solo pensar en la
incompetencia que albergaba su alcaldía, una mano capaz de hundir el pequeño
pueblo con solo mover un dedo, le hervía la sangre. Y más al pensar que dicha
mano era ilegítima (como todo, bien pensado).
Una sensación extraña de impotencia
solía apoderarse de ella tras leer alguna de las noticias diarias. Se sentía
engañada, humillada, convertida en una marioneta inservible de un sistema que
ella no había elegido. Un sistema que nadie había elegido pero nadie parecía
dispuesto a cambiar.
Pensó en darse cabezazos contra la
pared en lo que sonó el tono redentor de su móvil.
Se alegró al ver de quién procedía la llamada. No era sino un paciente más, pero sin duda era un chaval especial.
Contestó.
Se alegró al ver de quién procedía la llamada. No era sino un paciente más, pero sin duda era un chaval especial.
Contestó.