Llevaba cinco días sin dormir.
Ojeroso y derrotado, Marc releyó la carta con la sensación
de haberlo hecho ya unas tres mil veces. No lo entendía. No paraba de pensar qué
había hecho tan mal mientras trataba de recoger con cuidado los trocitos de
cristal que quedaban de lo que, algún día, había sido su corazón.
Hizo una pausa en cierto momento, analizando la frase:
"No sé qué me pasa".
Las palabras le abofeteaban.
Al menos ella tampoco era consciente.
Reanudó la lectura hasta tres líneas más abajo, y:
"Me voy".
Algo dentro de él crujió. No por primera vez.
"Por favor, no me busques, volveré con respuestas, creo,
no sé cuándo...". Al menos, la despedida acababa con puntos suspensivos.
Las chicas como Soph nunca dan explicaciones.
-
Destrozado, Oliver reorganizaba su habitación una y otra
vez, tratando de mantener la mente en blanco.
Era el decimotercer día que pasaba por delante de la casa de
la chica y se encontraba solamente a la madre de ésta cerrando con llave la
casa, como si no quedase nadie dentro. Nadie sabía de ella. Hasta en Marc,
Oliver había conseguido observar dos enormes surcos oscuros debajo de los ojos.
Se paró en esa última frase y se acercó a un espejo. Tenía
mal aspecto, o al menos él se veía así. Bajo sus claros ojos también había de
aquellos surcos oscuros.
Además, más pálido que de costumbre, se vio arañazos por
todo el cuerpo de llevar de un lado a otro las cajas de su mudanza.
Aún le quedaban unas cuantas: noches sin dormir. Cajas
también.
-
Hacía ya mucho tiempo que estaba lejos. Hacía ya, quizá
demasiado, que sus conocidos se le antojaban extraños y los temblores habían
sustituido cualquier forma de contacto que algún día le hubiese resultado agradable.
Hacía demasiado que Soph no estaba allí a pesar de su presencia.
No dejaba de repetirse que era tiempo lo que necesitaba. No
dejaba de pretender engañarse. Tiempo, tiempo, tiempo. Cuándo éste nunca
soluciona nada.
Tendría que volver, no podía huir para siempre.
Alzó la vista.
Ésta se posó en cierta pareja anciana que se abrazaba en la
lejanía. La mujer llevaba algo en la mano que podría ser perfectamente una
foto.
Soph quiso imaginar que era una imagen de ellos hace unos treinta
años, en la misma posición de ahora: abrazados, puede que en su luna de miel y,
posiblemente tomada en el mismo lugar en el que se encontraban ahora. Frente a
Notre Dame.
Sonrió. La mitad de su media sonrisa de luna era Marc. La
otra, Oliver.
Sacudió la cabeza. Tenía que decidirse.
Es increíble lo bien que escribes. Llegué hasta aquí por tu Twitter, (tus tweets, otros que también son increíbles) y me has dejado fascinada. Lo haces de miedo.
ResponderEliminarTe sigo, estoy segura de que merecerá la pena.
Sigue escribiendo (que no lo dudo).
http://www.azucarycenizas.blogspot.com.es