En uno de los rostros, el
rímmel difuminado desleía la mirada dulce de una chica joven. Éste no era más
que la firma de unas lágrimas que previamente habían empeñado sus preciosos
ojos, que brillaban más que nunca. Sería la Luna.
Las que habían rozado su
mejilla hace pocos minutos quisieron que la palidez de la clara tez de la joven
tomase cierto tono grisáceo, al igual que su esperanza.
Pero ahora, él estaba ahí, frente
a ella, y. Qué de preguntas la hubiesen salido, pero con la mirada pareció
formularlas todas.
-
Tenía delante de sí lo que más
quería en el mundo mirándole con cara de "me debes una excusa".
-Yo-yo, es que- tartamudeó- se
me ha pasado un poco la hora.
La joven no parecía satisfecha
con esa respuesta, pues frunjió un poco el ceño y puso una mueca de desacuerdo.
Él sonrió para sí mismo. Qué
bonita se ponía.
-Estaba pensando alguna
excusa, pero...
No sabía qué decir, estaba
claro que no había excusa posible.
-... que qué guapa estás
cuando te enfadas.
Y sonrió. De esas sonrisas que
podían con ella. Y él lo sabía.
El chico la levanto del suelo
hábilmente y se quedaron así años, mirándose, sin pestañear. Tanto tiempo
estuvieron que ella pareció perdonarle devolviéndole la sonrisa. Esa
sonrisa que podía con él. Y ella lo sabía.
Ay, los excesos. Qué mal iban.
-
Cuando él iba a aproximarse
para besarla, sin entender por qué, la chica se retiró.
"Tengo que hacerme de
rogar"- pensó "no puedo acostumbrarme a esto. No puedo acostumbrarme
a él. Yo no soy así."
Dio un paso para atrás y, sin
explicación alguna, echó a andar.
No necesitó girar su mirada
para ser consciente de que "él" la seguía y de que el muchacho no se
encontraba ahora en situación de pedir razones. Así que no paró. En el fondo,
no sabía muy bien adónde quería dirigirse, pero sus pies sí. Y no se dio cuenta
hasta que alzó la vista.
La torre. Quería subirle a la
torre.
Apenas llevaba dos minutos
andados cuando sintió unas manos aferradas a su cintura, como si fuese la vida.
No le retiró, pero tampoco frenó su paso. Un escalofrío recorrió su espalda
cuando pudo sentir el aliento del chico en su cuello.
Quiso parar el tiempo, aun sin
parar de andar. Pensó en que ojalá su destino se hallase más lejos de lo que
parecía. Podría haber estado andando así toda una vida.
Cuando quisieron darse cuenta,
la atalaya ya se erguía valiente ante ellos. Sophie no supo si alegrarse o
entristecer.
Ahora fue él quien le tomó la
mano, guiándole hacia arriba.
-
Cogió la mano a la chica
sintiendo una punzada por dentro al sentir que sus dedos no se aferraban muy
fuertemente a él.
Sin embargo, ella se dejaba
hacer.
Subiendo el caracol de
escaleras iba pensando en si esta vez se habría pasado. En si ya no habría vuelta
atrás.
Cuanto más subían, más hundía
su propia cabeza en su pecho. Y más daño se hacía. Y no físicamente. Poco a
poco, se podía leer un "adiós" en sus ojos, cuyas pupilas dilatadas
por la falta de luz, empezaban a perder su brillo.
-
"A lo mejor me estoy
pasando con la escenita" se dijo.
Pero.
Al momento, todo el dolor de
hacía unos momentos en su portal, la golpeó con fuerza la cara. Paralizándola.
Aunque sus pies seguían
empujados por aquella mano.
Y seguía subiendo, absorta en
sí.
Y luego le miraba a él y
parecía igual.
-
Una vez arriba, el joven la
abrió la trampilla hacia una especie de azotea del edificio. Allí estaba, y no
por fortuna, aquel banco indescriptiblemente blanco que un día subieron ellos.
Ambos suspiraron tan en
silencio que el otro no se percató de ello. Sincronizados bajaron la mano que
les unía y se giraron, quedándose cada uno, perdido en la mirada del de en
frente.
-
Las cinco de la mañana marcaba
el reloj del pequeño pueblo cuando el móvil de la joven interrumpió el sueño de
ambos.
Un poco mareada, la muchacha
intentaba explicarle a su madre que se encontraba bien y que había dormido en
casa de una amiga, aunque no sonase muy convincente.
Poco a poco empezaba a
recordar con detalle la noche anterior. Alcohol, tabaco, lágrimas, él, una
discusión y un beso en el torreón para hacer las paces. Vaya noche.
-
Él, desvelado por la oportuna
llamada se levantó del banco y estirándose y bostezando trataba de forzar la
memoria y recordar qué había hecho esa noche.
¿Qué podía haber dormido?
¿Tres horas?
Le dolían los ojos y la cabeza
a la vez que su estómago hacía un nudo de sí mismo y apretaba.
Pero el dolor físico se calmó
al recordar cómo aquellos ojitos marrones le habían perdonado anoche.
Se giró y la analizó a fondo.
Antes no iba en condiciones de hacerlo.
La preciosa joven lucía un
abrigo corto azul y unos pantalones de un tono más claro. Sonreía a ratos
cuando se juntaban sus miradas.
-
-... sí, mamá, estaré allí
para la comida familiar sin falta. Venga... Adiós.
La voz entrecortada de la
muchacha parecía decir que su estómago no estaba en condiciones de mucha comida
familiar, pero.
Por fin colgó la llamada. Nada
más guardar el móvil en uno de los diminutos bolsillos del vaquero, al alzar la
vista, vio que lo tenía a escasos centímetros de él.
Y volvieron a hacerlo, lo de
hablar con miradas.
Los ojos de la joven mostraban
cierto enfado, pero sonrió al ver que los del chico parecían gritar los
"lo siento".
Se acercó y le besó el cuello.
Podía sentir en la mano
izquierda que yacía apoyada en el pecho del joven, una respiración que
aceleraba a cada milímetro que recorrían los labios de la chica.
Hasta llegar a.
-
Para cuando el reloj empezó a
dar las doce campanadas del medio día, ambos estaban bajando las escaleras de
aquel lugar tan mágico. Quizá más de lo que ellos imaginaban.